lunes, 24 de noviembre de 2008

Un día en la vida (el último del primero en un final que nadie sabe como empezó)


Antes de irme, quise dejarle una nota. Apenas y agarre el lápiz y en un pedazo de papel escribí como un loco, recordando alegrías y tristezas, ratos buenos y malos, así seguí escribiendo, volando en el pasado queriendo cambiar algunas y esperando que otras no terminen jamás, caminé de espaldas y nunca si quiera tropecé, desempolvé el álbum de fotos en las que no sabía ni lo que hacía, apenas vi a un hombrecito con un cigarrillo en la boca y anteojos oscuros y grandes, con una sonrisa melancólica, un rayo de luz me dejó ciego y fue tan fuerte que hasta ahora cuando cierro los ojos veo una nube blanca que me atrapa y me envuelve en esa inmensa nata, remontándome al pasado diciéndome las cosas que no me dijeron y mostrándome el otro lado de mi espejo. Hace tanto que pasó, pensé que no lo recordaría (y es que hacía mucho tiempo que no recordaba nada), casi todos mi amigos se habían muerto y sólo quedábamos los que nunca nos separamos, los de verdad. De vez en vez nos vemos o salimos a tomar un pisquito para poder entendernos, a veces nuestro máquina de recuerdos no funciona bien y necesitamos algo que nos devuelva los momentos que vivimos, los faros tampoco alumbran como antes, y los reflejos desgastados por tantos excesos nos hacían frágiles y casi inservibles, respirando aire ajeno, ganándole un poquito de tiempo a la "pálida". Entré a mi cuarto, algo desordenado, con algunos libros tirados por ahí, con diarios apilados en una mesa que tenía más tiempo que yo en el mundo, una máquina de escribir de esas antiguas con las teclas redonditas, un toca discos, un sombrero de mago que alguien me regaló alguna vez, colillas de cigarros tirados por todos lados, una cama destendida (y por cierto con muy poca actividad desde hace mucho), dos botellas de wiskhy (una vacía y otra que anda por la mitad), alguna q otra pintura que le da algo de vida a mi tan oscuro y personal cuarto, más allá una ventana grande que da a una avenida principal, el ruido de los autos siempre sirvió de inspiración, de hecho hasta algún premio les debo a mis amigos automovilistas. Siempre me gustaba ver la lluvia por aquella ventana, a veces la salud se deteriora y no te queda otra que ver caer las pequeñas gotas de nuestra garúa limeña en ese vidrio húmedo y empañado, luego con paso cansado como pidiendo permiso para andar me iba a mi cama y trataba de descansar, a pesar que el amanecer estaba a pocos minutos. Recostado empiezo a recordar como ganaba los juegos mirando las cartas de mis amigos, como me deprimían los velorios de los que ya no están y como nunca sabía que decir al dar el pésame, no aguantaba los discursos por eso nunca fui a ningún entierro, prefería quedarme en casa y ver el fútbol mientras comía un poco de cualquier cosa. Muchas veces traicioné a más de un amigo, muchas veces me clavaron puñales, otras cuantas me veía desnudo y tirado mirando el techo que giraba a mil y nunca paraba de girar, con aliento a wiskhy y muchos cigarrillos, con la mirada perdida y desorbitada, temblando desde la cabeza hasta la punta de los pies, para luego dormir sin saber si habrá un mañana, si volveré a ver la luna que me despierta, la lluvia que me enferma; quizás despierte dentro de un cajón, quizás nunca despierte o de repente y termine pudriéndome dentro de mi descuidado cuarto. La nube blanca volvía a hacerme recordar que me esperaban los que quedábamos para conversar y tomar un pisquito para poder entendernos, al llegar al lugar de siempre estábamos los tres, pero era como si no existiese, no me paraban bola, ni me miraban, no supe bien que pasaba en ese momento, así que decidí regresar a mi refugio de placeres indeseados, al abrir la puerta todo estaba tal cual lo había dejado, la sala con algunas cosas tiradas pero no muy desordenado, seguí por el pasillo y llegue a mi cuarto, mi cama fiel compañera estaba habitada, era rarísimo hacía años que esa cama no tenía visita alguna, muevo las sabanas y entendí todo... Mis amigos, los que quedan, ahora tienen otro motivo para seguir odiando los entierros.

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