domingo, 1 de noviembre de 2009

Ce Qui Dit la Pluie

Después de algunos días sin ver la calle, tomar algo de alcohol, fumar miles de cigarrillos y devorar mil libros a la vez, decidí salir a caminar a ver la vereda del sol, como reza la canción, arrastrando los pies y algo cansado caminaba en una tarde noche que prometía hacerme feliz (o al menos eso quería creer). Prendiendo y apagando cigarrillos se me descubrió la noche, el frío penetraba mis ropas y me invitó a pasar a un bar donde ya había estado hace algunos días antes de mi exilio, pedí lo de siempre (un whisky), saqué los cigarrillos que aun quedaban en el bolsillo y me senté a tomar, fumar, pensar y escribir en la vieja libreta de notas que guardaba desde la universidad y que tantas historias me sabía guardar. Recuerdo que aquella noche quería vengarme, vengarme de mis frustraciones, de los sueños rotos, de las personas que se burlaron alguna vez, esa noche iba a cobrar todo con intereses.

Terminé de tomar y salí a buscar la venganza, decidí ir por el último lugar donde la decepción destrozó mi corazón, un cuello largo como de bailarina de ballet me recordó su belleza, esa extraña y cautivante belleza…
“Hola Lucía”, le susurré, ella sorprendida miró hacia mí, y con una voz de miedo pronunció que su nombre era Leticia, “OK Leticia, sólo pasaba a saludar, supuse que te encontraría aquí, la última vez que te vi fue en este lugar, y pensé que ya no estabas viviendo más en lo de tus primas”, extrañada y con una sonrisa temeraria me dijo que era cierto que no aguantaba más vivir con ellas. “¿Por qué viniste?”, no lo sé, quería verte, aunque sea una vez más, tenía que hacerlo, tenía que preguntarte ¿por qué?, tenía que ver tus ojos tristes nuevamente, a veces soy un poco masoquista, pero necesitaba hacerlo, dejaste un gran vacío, a pesar de sólo conocerte unas horas… eso bastó sabes, me di cuenta de quién eras, y lo sensible que puedes ser. Eres muy linda, pero no sé por qué te fuiste, por qué escapaste sin decir nada, sin decir sólo adiós, eso me tiene un poco mal, no sé tú pero yo sentí algo lindo aquella noche. Los ojos tristes estuvieron más tristes, la voz entre quebrada decía que no podía más, que quería escapar, regresar a ese día y no sentarse a mi lado, seguir de largo para no cargar con esa cruz tan pesada, tan grande, no puedo más y lo peor es que lo recuerdo siempre, las lágrimas salían de sus ojos sin pedir permiso, como escapando de esa escena de terror, de angustias, de pesadillas.

De pronto una voz la llamó, al instante disparé “gracias señorita, de frente tres cuadras y después a la izquierda cuadra y media. Gracias de verdad, y no llore más que no es la muerte”, ella después cuando volteó pudo entender por qué le dije eso, “hey creo que está un poco mal, abrázala fuerte”, le dije al novio.
La noche fría de mi querida y odiada Lima me invitó a tomarme un café, mientras la cajetilla de cigarros me avisaba que sólo quedaba uno más por fumar, así que me senté y pedí un expreso y una cajetilla de los cigarrillos que siempre fumaba, mi cabeza pensaba mil cosas, mi cuerpo pedía respiro, mis ojos miraban pero no veían nada, la paz nuevamente me era ajena, mi prisa por no verla jamás se había apoderado de mi terror, los sueños de un ingenuo soñador que me elevaron al cielo, hoy me dejaron caer como un saco de papas, y el golpe fue muy duro, muy fuerte. Algunas horas pasé en aquel café, cuando se me vino a la mente ir nuevamente a aquel bar donde los ojos tristes que alegraron mi existir me partía el alma con un poder incontenible. A paso largo y sin medir distancias llegué a aquel lugar y me senté en el único lugar vacío que para casualidad de la vida era la mesa donde estuve la última vez. Pedí el mismo whisky y cigarrillos para acompañar esta noche oscura, sin más ojos tristes, ni estrellas, ni sueños…

No sé cuanto tiempo estuve en aquel bar, no sé cuantos tragos me tomé, no sé cuanto fume, no sabía nada, estaba pero no estaba ahí, quería correr pero mi cuerpo se quedaba quieto, de pronto una voz familiar golpeo como una cachetada que me hizo despertar “puedo sentarme aquí”, con miedo a verle a los ojos, sólo extendí la mano, ofreciéndole asiento, “¿por qué no me miras?” me dijo, “no lo sé tengo miedo de ver en tus ojos a alguien que conocí aquí” sin levantar la cabeza prendí un cigarrillo, “mírame soy la misma de los ojos tristes que tanto lloró hoy, hasta el punto de largar todo y con esta vieja mochila y algunas cosas dentro piensa vivir contigo y no llorar nunca más”


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